


El CIMES es el Centro de Investigación Matemático Económico Social que busca el desarrollo de la aplicación de la economía en beneficio de la sociedad.
Estoy sorprendido. Los economistas están en alta. Llevo años
Sólo puedo responder desde mi experiencia. Creo que decidí estudiar economía para desvendar un profundo misterio que atormentó mi ya lejana infancia y porque quería, como todo buen joven de los años setentas con un 35 por ciento de hippie, cambiar el mundo. Comencemos con la historia menos glamorosa. Pasé una buena parte de mi infancia y primera adolescencia en Villazón, ciudad fronteriza. En mi casa frente a la estación del tren, con cierta frecuencia se producían cambios bruscos en la geografía alimenticia de mi mesa. En ciertas épocas, no faltaban el dulce de leche Sancor, un buen bife de chorizo de carne argentina y el vino Toro, cuya consigna era ¡“si vino al mundo y no toma vino, ¿a qué vino?”, que se me permitía beberlo muy aguado con agua de sifón, era como una chicha morada algo más amarga. Pero de la noche a la mañana, desaparecían estos productos y surgían el dulce de membrillo de doña Hortencia, una carne altiplánica dura, que dio origen al famoso bife a la James Bond, (frío, duro y con nervios de acero) y el vino chapaco, que no estaba nada mal. En mi mocedad estas transformaciones de mi mesa me parecían actos de magia. Mis padres respondían a mis inquietudes con más misterios, son cosas de la economía, me decían. Así que al salir bachiller, decidí indagar de qué se trataban esas cosas de la economía. En materias como microeconomía y economía internacional descubrí que los cambios intempestivos en el menú de mi hogar eran resultado de las fluctuaciones del tipo de cambio.
El asunto de cambiar el mundo me llevó a la economía inspirado en mis precoces lecturas de Marx, quien sostiene que la política es economía concentrada. Toda esta historia para decir a los jóvenes que quieren enfrentar los caminos de la economía que creo que se requiere inquietud intelectual, casi obsesiva, sobre los recovecos de la profesión y una fuerte convicción de que se puede cambiar el mundo, desde la actividad que realizará en buena parte de la vida.
Una información útil a la hora de decidir si se estudia economía es saber la diferencia entre macroeconomía y microeconomía. No vaya a pensar que macroeconomista es un economista de gran tamaño físico, al quien los periodistas buscan para opinar. Ni tampoco que un
microeconomista es un chatito devoto del Ekeko, que es algo aburrido aunque puede ser más útil a la hora de ayudar a dirigir una empresa o recomendar una inversión. La macroeconomía busca responder a preguntas como: ¿Cuáles son las causas del desempleo? ¿Por qué existe inflación y cómo se la puede controlar? ¿Cuáles son los misterios del crecimiento y la creación de riqueza? ¿Por qué existe concentración de riqueza y cómo se mejora la distribución del ingreso? Para tener una idea por dónde vienen las respuestas a estas interrogantes, recomiendo el libro de Macroeconomía de Gregory Mankiw. El
campo de trabajo de un macroeconomista está vinculado al Gobierno. Ministerio de Hacienda, de Planificación, Banco Central, y otras unidades técnicas de la administración pública. En menor proporción existen macroeconomistas que trabajan en el sector privado, especialmente en los bancos.
La microeconomía busca entender el comportamiento de actores económicos individuales. A saber: consumidores, productores, trabajadores e inversionistas. Cada uno de ellos actúan en un mercado, por lo tanto, también se debe indagar sobre la lógica que explica el funcionamiento de los mercados. Las preguntas más comunes son: ¿Qué es lo que mueve a los consumidores y empresas?, ¿cómo se distribuye el excedente económico entre estos diversos actores?, ¿qué rol juega el mercado y/o el estado en la asignación de los recursos escasos de una economía? Un libro muy útil, que puede ayudar a un joven pretendiente de la teoría económica, es la Microeconomía del Amor de David de Ugarte, que se lo puede encontrar en la internet. El mercado laboral de un microeconomista puede estar tanto en el sector empresarial como en el público.
Para terminar presentemos cinco razones para estudiar economía. 1) Los economistas pueden ser muy peligrosos, tanto cuando usan sus manos invisibles como cuando meten la pata del Estado. Son como los gatos, siempre cae bien parados. 2) Cuando un economista está en la fila de los desempleados, por lo menos sabe por qué está haciendo cola. 3) Aunque la ética enseña que la virtud tiene su propia recompensa, la economía enseña que la recompensa tiene su propia virtud. 4) Cuando un economista está pasado de copas, puede justificar su estado diciendo que apenas está investigando la ley de la utilidad marginal decreciente. 5) Finalmente, cabe recordar que Mick Jagger y Arnold Schwarzenegger estudiaron economía y vean en qué se convirtieron. No pierda la esperanza.
*Gonzalo Chávez
es economista.
chavezbol@hotmail.com
Quizás al leer el título de este artículo usted ha respondido en su conciencia que no. Tal vez no quiera ni seguir leyéndola porque siente que no vale la pena indagar en un tema tan reiterado en las últimas semanas.
Lo cierto es que al realizar un rápido sondeo en mi entorno (siempre es representativa una muestra de la clase media), me doy cuenta de que muy pocos han leído el proyecto de nueva Constitución Política del Estado (CPE). Confirmando este hecho, un medio reconocido en el país presentó recientemente una encuesta que señala que el 70% de los entrevistados aseguraron no haber leído el proyecto de texto constitucional.
Lo peligroso es que se percibe que estas personas son las que vierten, en su mayoría, comentarios prejuiciosos, positivos o negativos al respecto. Es más, suenan como repetidoras de consignas políticas que, de a poco, se van haciendo trilladas y no aportan con un análisis propio. Esta reproducción de consignas es alimentada por el surgimiento de propagandas confusas o mentirosas, que empeoran la posibilidad de un intento de análisis objetivo.
Hay que decirlo: los bolivianos no estamos acostumbrados a leer y, en contrapartida, sí estamos muy habituados a criticar a favor o en contra de algo. Somos especialistas en “analizar” y en “comentar”.
Lo cierto es que en el próximo proceso electoral tendremos la gran oportunidad de demostrar que podemos ser responsables o, mejor, co-responsables de lo que todos nosotros representamos, la sociedad, y el Estado. ¿Cómo? Sencillamente leyendo el proyecto de CPE, marcándolo y definiendo si, en síntesis, nos representa y encarna la sociedad en la que vivimos.
Sólo así podremos ir a votar por el Sí o por el No con la tranquilidad de conciencia que un verdadero demócrata debe tener. De esta manera, nadie nos dirá directa o indirectamente cómo debemos votar, seremos capaces de decidir por nosotros mismos aceptando sólo una consigna: votar con uso y goce de razón.
Si no lo hacemos así, no podremos representar una posición coherente para defender lo que hemos decidido votar. Si no lo hacemos, estaremos sujetos a seguir repitiendo las opiniones de quienes nos indujeron a votar de determinada forma, sin poder jamás tener una posición propia. Si no lo hacemos, seremos más responsables de las consecuencias negativas de ese voto. Por estos motivos es mejor darse un tiempo para informarse sobre lo que se plantea en la actual Constitución y compararla con el texto propuesto.
Si no comprendemos algo, tengamos la humildad de preguntar a quienes saben y formemos opinión con distintas personas o por distintos medios, que pueden proveernos de insumos que en definitiva forjarán en nosotros responsabilidad ciudadana a la hora de emitir nuestro voto el domingo. Este periódico por ejemplo explica, cada día, un artículo del nuevo proyecto;
Ésa será una forma adecuada de comenzar el año, siendo responsables con nosotros, con nuestra familia y con nuestra sociedad. Eso es lo que le hace falta al país, que prediquemos con el ejemplo y que, a partir de eso, generemos conciencia ciudadana.
La responsabilidad forja la institucionalidad y el respeto al Estado de Derecho; por lo tanto, a las normas, a las leyes y al bien común.